En 1915, cuando llegó el general Alvarado a Mérida habiendo sido enviado por el jefe máximo del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, con el propósito de hacer valer los postulados de la revolución en la península de Yucatán, tras haber vencido en batalla al sublevado Abel Ortiz Argumedo, se encontró con una grave descomposición política y social producto principalmente del sojuzgamiento en que vivía una gran parte de la sociedad yucateca a manos de un grupo oligárquico integrado por comerciantes, industriales y terratenientes que dominaban no solo la industria henequenera, principal actividad económica de la región, sino en general, prácticamente todas las actividades productivas importantes del estado. Este grupo oligárquico estaba encabezado por Olegario Molina Solís, agente del Porfiriato en tanto que ministro de Fomento en el gobierno del dictador Díaz y quien, no obstante haber sido depuesto junto con su jefe, desde 1911, por el movimiento revolucionario iniciado por Francisco I. Madero, y estar exiliado en La Habana, Cuba, seguía dominando por medio de testaferros la política y la economía de su estado natal.
Fue precisamente la existencia de ese grupo excluyente que controlaba la economía del estado de Yucatán lo que hizo que el general revolucionario acuñara el término de Casta divina para denominarlo. Pero no solo en atención al comportamiento y prepotencia de sus componentes, de donde el uso del adjetivo “divino”, sino que con la expresión se aludía también a la lucha armada que recién había concluido en Yucatán y a la que se había llamado guerra de castas, conflicto bélico que se extendió durante más de medio siglo, de 1847 hasta 1902. En esta guerra la población maya se había sublevado en contra de los criollos y mestizos de Yucatán, en una lucha que pretendió esencialmente la reivindicación económica y social del pueblo oprimido.